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En 1995, el año que nació mi hija Arian, conocí a las clarisas de Tolosa, dieciocho religiosas que vivían alejadas del mundo en el precioso convento de Santa Clara. Eran mujeres alegres, humildes y buenas, de niña pensaba que eran un misterio incomprensible. La vida de clausura me parecía inexplicable y absurda. Pero estas 18 clarisas de Tolosa me impresionaron tanto que las pinté de diferentes maneras en grandes tablas al óleo y poco después las dediqué una exposición de pintura en el palacio Aranburu de Tolosa.
En mis quehaceres artísticos cotidianos, siempre asoman por costumbre mis sueños y empeños personales en combinación con mis experiencias vitales. Es tarea esencial deleitarme en mis sentimientos y emociones expresándome a través de múltiples experimentos. Así que inmersa en mi fase creativa por circunstancias rescaté hace algunos meses dos de esas obras pintadas hace más de 25 años.
Mi propuesta inicial para esta exposición en San Ignacio de Loyola de Madrid era realizar retratos de personas anónimas basándome en EL FLOS SANCTORUM o vidas inspiradoras versionando a San Ignacio, y las clarisas me lo parecieron enteramente.
Todo esto ha tenido una causa. Mis tareas creativas siempre empiezan en el caos, y creo que las bellas y extravagantes casualidades muchas veces existen gracias al caos y de ahí voy construyendo mi cosmos, al modo platónico. Como si fuera una filósofa, intento llegar, un día y otro al fondo de las cuestiones que me planteo de un modo sugerente. Pero un fondo me lleva a otro fondo en una rueda que no parece tener fin. “El mundo está en un continuo cambio” decía Heráclito, y no lo podemos controlar.
En Tolosa, las cuatro clarisas que quedan han anunciado, como los cuatro evangelistas, que ya no hay nuevas vocaciones y se marcharán a finales de este año para siempre. Hoy las miro y las veo despedirse hermosas y apocalípticas del que ha sido siempre su hogar. Proféticas. Nuestra vida aquí es tiempo y mi actitud frente al tiempo está relacionada con mis emociones. La emoción también es conocimiento y necesito dar forma a mis sentimientos. Así que me reencuentro con ellas, con su pasado y con su presente, con el mío también y me recreo una y otra vez recordándolas en sus oraciones y en sus trabajos diarios, sencillas, elegantes y limpias buscando su paz, mientras tanto yo sigo buscando la mía.

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